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Cocineros caseros recomiendan este truco de colocar la olla para evitar salpicaduras en la cocina.

Persona cocinando en una cocina moderna, removiendo salsa roja en una olla sobre una vitrocerámica.

La primera vez que limpias salsa de tomate del techo, empiezas a cuestionarte tus decisiones vitales.

Quizá solo pretendías preparar una “rápida” boloñesa, o tal vez estabas en una llamada de trabajo y te diste la vuelta solo treinta segundos. Sea como sea, vuelves y te encuentras una encimera que parece haber pasado por una guerra de comida: manchas rojas en los azulejos, pequeños cráteres chisporroteando en el fogón y ese ligero olor a quemado que dura más que tu paciencia. Te quedas ahí, cuchara de madera en mano, mirando la salpicadura y pensando: ¿cómo puede una sartén tan pequeña causar tanto caos?

Es extrañamente personal, la guerra entre el cocinero casero y el fogón. Compras la sartén antiadherente más cara, pruebas la malla anti-salpicaduras, medio tapas la olla con la tapa y esperas lo mejor. Aun así, algo chisporrotea, salta y deja su huella. Y un día, normalmente en un foro aleatorio a las once de la noche o por un amigo presumiendo durante un café, oyes hablar de un pequeño truco que supuestamente lo soluciona todo: la forma en la que colocas la cazuela sobre el quemador. Suena tan nimio que cuesta creer que importe, precisamente por eso a la gente le obsesiona.

El pequeño truco escondido a la vista en tu fogón

El método suena casi ridículamente sencillo cuando lo oyes por primera vez: no centres la sartén. Deslízala de modo que el mango apunte ligeramente lejos de la zona más caliente de la llama o placa, inclinando las burbujas hacia el lado “vacío” de la cazuela, no hacia el borde. Básicamente usas la gravedad y la distribución del calor para domar el caos. Sin gadgets, sin mallas, sin trucos de cocina con pinzas y palillos. Solo un pequeño y casi invisible ajuste.

En lo que confían los cocineros caseros es en esto: pon la cazuela de forma que el mango mire hacia ti sobre las cuatro o cinco en punto, y después desplázala toda un poco fuera del centro. El punto más caliente de la mayoría de llamas de gas o placas eléctricas suele estar más en el centro. Al deslizar la olla, creas una “zona de escape” ligeramente más fresca donde las burbujas pueden romperse con suavidad en vez de catapultar la salsa fuera del borde. No es brujería, es física que nadie mencionó en el colegio.

Parece una tontería la primera vez que lo haces. Mueves la cazuela, la ves tambalearse un segundo y piensas: esto no va a evitar nada. Pero tu salsa empieza a hervir a fuego lento, no a descontrolarse. Los gluglús fuertes y agresivos se convierten en burbujas más suaves y lentas. Todavía oyes algún plop de vez en cuando, pero cae ordenadamente dentro de la cazuela, no sobre tus relucientes azulejos blancos.

Por qué el fuera de centro gana la guerra a las salpicaduras

Las salpicaduras no ocurren porque la comida te odie; pasan porque el vapor quiere escapar demasiado rápido por muy pocos sitios. Cuando líquidos espesos como la salsa de tomate o el curry hierven fuerte, las burbujas suben como pequeñas bombas y estallan justo en la superficie. Si toda la base de la sartén se calienta de forma uniforme y agresiva, cada centímetro se convierte en lanzadera. Ahí es cuando tus paredes acaban salpicadas.

Colocando la sartén ligeramente fuera del centro del calor, alteras ese patrón lo justo como para que obedezca. Un lado se calienta más, lo que hace que las burbujas se formen y suban más por ese lado. El otro, un poco más fresco, mantiene la superficie tranquila. En vez de hervir como un volcán, tu salsa “rueda” en círculo, replegándose sobre sí misma. No tienes esas erupciones violentas hacia arriba que lanzan gotitas hacia la junta más cercana.

Los cocineros caseros hablan de esto como si entraran en un club secreto. Suben fotos de fogones limpios tras preparar chili y juran que lo único que han hecho distinto es esto. Una mujer lo describió como “enseñar a mi salsa a respirar bien en vez de gritar”. Dramático, sí. Pero si alguna vez has frotado tomate reseco de un botón de acero inoxidable con un cepillo de dientes, entiendes el drama.

Cocinas reales, desastres reales, obsesión real

“No me lo creí hasta la noche de lasaña”

Esta pequeña obsesión con cómo colocar la olla no viene de un laboratorio; viene de humanos cansados y algo saturados que solo intentan poner la cena en la mesa. Está el padre que hace un puchero de boloñesa todos los domingos, convencido de que la única solución era una olla más grande. Removía sin parar, bajaba el fuego, medio tapaba la olla y aun así acababa con ese “plop” a cámara lenta que lanza salpicones de salsa a la pared. Entonces su hermana le mostró el truco de poner la olla fuera de centro y ahora lo cuenta como si hubiera inventado la penicilina.

Una cocinera que conocí dijo que lo vio primero en un grupo de WhatsApp dedicado a cenas entre semana. Lo probó en una noche de salsa para lasaña, convencida de que no funcionaría. “Desplacé la olla un poco a la izquierda, el mango seguía mirando hacia mí, y me quedé esperando a que llegase el caos. Nunca llegó. Seguía buscando la salpicadura que no sucedía”, escribió. Hay algo extrañamente emotivo en ver tu cocina limpia, al menos una vez.

El silencioso alivio de no fregar después de cenar

Todos hemos vivido ese momento: estás lleno, cansado, los platos apilados junto al fregadero, y miras el fogón. Los pequeños charcos de aceite, los anillos pegajosos de salsa, las motitas que acaban, misteriosamente, bajo los mandos. Se te caen los hombros porque sabes que eso va a llevar más que lavar los platos. De ese momento dicen que este truco les salva.

Cuando la manera de colocar la cazuela empieza a funcionar, limpiar parece casi sospechosamente fácil. Pasas una vez el trapo húmedo, no seis veces con el estropajo y una maldición entre dientes. No hay costra reseca donde la salsa se desbordó, ni un misterioso arco naranja subiendo por la pared. No te vas del fogón oliendo tenuemente a ajo quemado y arrepentimiento.

El mango, la llama y el “punto dulce”

Aunque cada quien lo explica a su manera, hay cierto consenso sobre el punto ideal. Para diestros, suele ser poner el mango a las cuatro o cinco en punto y deslizar ligeramente la olla hacia la parte trasera izquierda del quemador. Los zurdos suelen invertir la geometría: mango hacia las siete u ocho, cazuela un poco girada a la parte trasera derecha. La idea es la misma: un lado recibe más calor, el otro lo calma.

En un fogón de gas se ve más claro. Las llamas azules llegan justo fuera del centro de la base al mover la cazuela, calentando un lado más intensamente. En eléctricos o inducción, depende más de conocer la forma de la placa y dar espacio a la salsa dentro de la olla. No se trata de colgar la cazuela medio fuera como si quisieras sabotearte, solo desplazarla ese discreto centímetro del que nadie habla.

Lo que suele sorprender es la diferencia que hace ese pequeño desplazamiento al cocinar platos aceitosos y rebeldes. Piensa en shakshuka, chili, o cualquier cosa con mucho tomate y grasa. Normalmente, esos platos lanzan una niebla fina de motas naranjas por todo el frontal blanco. De repente, con la cazuela un poco torcida, las burbujas parecen subir, girar y deshacerse dentro de la olla en vez de escapar a toda prisa.

La verdad sobre tapas, mallas y esos remedios a medias

Sinceramente: nadie lava y seca la tapa anti-salpicaduras tras cada uso. Suena bien en teoría, típico de cocinas de revista, pero la mayoría de las tapas acaban dobladas y grasientas al fondo del armario. Las tapas tampoco ayudan mucho cuando quieres reducir una salsa. La cubres bien y el vapor se queda atrapado, aguando la comida. Si la apoyas de lado, corres el riesgo de que la condensación gotee y cambie la textura.

Por eso colocar bien la cazuela es tan liberador. No tienes que comprar nada, ni lavar nada, ni recordar dónde guardaste algo. Solo enciendes el fuego y pones la olla de forma más pensada. Puedes tapar parte del tiempo si quieres, para que hierva antes, y luego apartar la tapa y mover la cazuela fuera del centro para controlar las salpicaduras.

Algunos optan por una combinación para platos realmente guerreros: tapa puesta floja con un huequito, cazuela ligeramente torcida, fuego suave pero constante. Parece casual y un poco caótico. Pero en realidad estás domando de una vez tres de las causas principales de salpicaduras: calor intenso en el centro, vapor atrapado y ebullición en toda la superficie.

Cuándo brilla el método… y cuándo no

Los platos proclives a salpicar que de pronto se portan bien

No es magia, pero con ciertas recetas el método fuera de centro parece milagroso. Las salsas de tomate son el mayor triunfo. Boloñesa, arrabbiata, cualquier ragú de cocción lenta: puedes mantenerlas burbujeando una hora sin repintar la cocina. Los currys con mucho aceite y especias también se calman visualmente, la grasa reluce en la superficie en vez de explotar como fuegos artificiales la noche de Guy Fawkes.

Y luego están los desayunos tipo shakshuka o alubias con salsa. Normalmente, al cuajar el huevo y burbujear la salsa, tienes pequeñas explosiones de grasa y tomate alrededor de la sartén. Si desplazas un poco la olla, con calor medio, las burbujas tienden a formarse en un lado, lejos del borde, como si dispusieran de un rincón tranquilo para portarse mal. Terminas con ese burbujeo apacible y sosegado, en vez de un campo de batalla.

Momentos en que puedes ignorar la “regla”

Muchas veces no hace falta preocuparse por la colocación. Si estás hirviendo agua para pasta, haciendo arroz blanco o al vapor, las salpicaduras no son el problema. El método funciona de verdad con mezclas gruesas, pegajosas o aceitosas que tienden a saltar. Si lo de la olla se mueve como el agua, puedes relajarte.

Algunos lo ven menos útil en fogones muy pequeños y ollas demasiado grandes, donde el calor se concentra sí o sí. En esos casos, bajar el fuego un punto y remover más ayuda más que mover la olla dos milímetros. El truco no es una ley, es cuestión de actitud: saber dónde realmente está el calor y colocar la cazuela en la mejor posición.

El lado emocional de una encimera más limpia

Parece exagerado decir que cambiar la posición de tu cazuela puede cambiar cómo te sientes en tu cocina, pero así lo describe la gente. Menos desastre tras cenar significa menos discusiones sobre quién friega el fogón. Significa que los azulejos del piso de alquiler no acaban con ese halo naranja que nunca se va del todo. Puede que incluso enciendas el fuego con menos tensión en los hombros.

Hay también algo sutilmente alentador en dominar una peculiaridad así. No es un gran “truco viral”, solo un cambio privado en cómo te mueves en tu propio espacio. Empiezas a fijarte en dónde está la cazuela, por dónde se escapa el vapor, cómo giran las burbujas. Ya no luchas contra la física de la salsa hirviendo, la aprovechas, y eso da una satisfacción pequeña pero real.

Quizá por eso el truco de poner la olla fuera de centro circula más como consejo susurrado y mensaje nocturno, que como manifiesto de revista. Se siente como conocimiento privilegiado que solo adquieres tras suficientes cucharas quemadas y paños manchados. No hay que anunciar nada. Solo deslizas la cazuela un poco, bajas el fuego, y observas la salpicadura que nunca llega.

Probarlo esta noche, sin montar un drama

La próxima vez que estés ante el fuego con algo jugoso o aceitoso, no cambies la receta. No compres nada. Solo enciende el quemador, coloca la olla como siempre y luego deslízala suavemente para que no quede centrada del todo. Gira el mango al ángulo que más cómodo te resulte y fíjate en qué lado de la sartén parece recibir más calor.

En unos minutos oirás o bien las burbujas suaves y espaciadas de un hervor más controlado, o bien el frenético escupir de una cazuela aún en pie de guerra. Si es lo segundo, ajusta: un poco más fuera de centro, un poco menos de fuego. Observa cómo se mueve la salsa. Buscas ese vaivén lento y redondeado, no el hervor furioso de una olla decidida a redecorar.

Muchos cocineros caseros por internet dicen que ya no volverían atrás. Siguen quemando cosas a veces, siguen olvidando el arroz, siguen pasándose de sal en la sopa en los días malos. Solo que ya no tienen que pasar la tarde rascando tomate seco del fogón con una uña. Cuando algo así de pequeño hace tu cocina un poco más amable, se queda. Y la próxima vez que veas a alguien frotando salpicaduras de sus azulejos, tendrás un pequeño secreto que compartir: basta un suave empujón a la cazuela cada vez.

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